Turismo Hemingway: manual de instrucciones

Hay personajes que trascienden a su propio personaje. Individuos cuya vida es tan (o más) inspiradora que su obra, su presente y sus mañanas. Hablo  de  Ernest Hemingway.

Personas que nos inspiran. ¿Se puede decir algo más bonito de alguien? “Me inspiras”. Vidas que nos recuerdan de qué va eso de vivir, porque lamentablemente el presente que nos aturde cada mañana a ritmo de Marimba sólo nos regala emociones antisépticas, buenas intenciones y talante descafeinado. La vida, nos dicen, es mejor envasada al vacío, congelada y fría tras el cristal del seguro médico y el resort para recién casados.

En la biografía de Ernesto no hay fianzas ni medias tintas. Sólo vida. Y nos recuerda que también somos carne, sangre, vísceras y arrepentimiento. Nos recuerda que vivir duele y que cada viaje es -debería ser- una vida. Que morimos como vivimos y que “para escribir sobre la vida, ¡primero hay que vivirla! Y es que si uno va a ser escritor, tarde o temprano escribirá sobre todo: los lugares que ha visitado, la gente que lo ha traicionado, las damas que se ha tirado, las ganancias y las pérdidas, y aquellos momentos en que uno piensa que el mundo le pertenece”.

Hemingway recorrió buena parte del mundo con un credo en cuya portada se podía leer: A TOPE. Éstos son el resto de mandamientos:

1) Viajar y escribir: "El país del que escribe un novelista es el país que conoce, y el país que conoce está en su corazón”.

Y es que no entiendo cómo alguien puede escribir si no vive. Recuerdo el consejo de un buen amigo periodista (hace demasiados años) yo le hablaba de sinónimos y metáforas. Él apuraba su amontillado y me regaló un consejo: viaja y vive. Y es que, si no vives... ¿de qué demonios vas a escribir?

2) Crudofilia“Una de las cosas que me gustaba hacer en la vida era levantarme pronto con el canto de los pájaros y con las ventanas abiertas y el ruido de los caballos saltando”.

Uno no viaja para vivir la vida que vive todos los días. No tiene sentido patearse mil kilómetros y acabar el día cenando la hamburguesa de siempre, en el entorno de siempre y con los sabores de siempre. Uno viaja para emocionarse ante lo nuevo y dejar a la rutina en el cajón. Viajar significa comer mejillones en Bruselas, ortiguillas en Sanlúcar y un anudarse al cuello un pañuelo rojo en San Fermín.

3) Bichinos: “Me encanta ir al zoo. Pero no en domingo. No me gusta ver a la gente burlarse de los animales cuando debería ser al revés”.

Ernest era tan contradictorio como toda mujer que se precie, y de mujeres sabía un rato. Amaba a los animales sin medida (tuvo decenas de gatos pero tenía especial predilección por Snowball, su miau de seis dedos) como también amaba el arte de cúchares o la caza, la gran pasión de su vida.

4) Pertenencia: “Amo a África y siento que es como un segundo hogar, y cuando uno puede sentir algo así, sin contar el lugar donde nació, allí es donde debe estar”.

Una de las cosas más inspiradoras que tiene viajar es que, tarde o temprano, relativizas el concepto de ‘hogar’, aprendes que tu casa es algo más íntimo que el número de un DNI o un código postal. Y pocas cosas más maravillosas que tener un segundo hogar (el mío, hoy por hoy, se llama San Sebastián).

5) Compromisos: “¿Alguna vez me has visto irme de un lugar con algo que no sea desgana?”

Es tan difícil llevar a cabo esta lección, Ernesto. Cuántas cenas, cuántas horas, noches y viajes tirados a la basura porque no tuvimos los arrestos de largarnos cuando era el momento. Abandonar la partida a tiempo (casi siempre) significa ganar la partida.

6) Resacas: “Me he emborrachado mil quinientas cuarenta y siete veces en la vida, pero nunca por las mañanas”.

Hemingway era un borrachuzo de categoría especial. Un hombre de bien que creía en el alcohol como cultura, encuentro y como afirmación de muchas más cosas que el placer (civilización, respeto, historia). Un bebedor sin complejos ni prejuicios que hubiese seguido nuestro imprescindible Manual del BEBEDOR a rajatabla.

7) Sobre críticos: “No quiero ser crítico de arte. Sólo quiero mirar las pinturas y ser feliz con ellas y aprender de ellas”.

Como vosotros, también me arrastro por exposiciones en busca de un calambre, un pellizco, una emoción. Y como vosotros, también me autoimpongo sentir lo que se supone que debo sentir según el listillo de turno de El Cultural, y doy vueltas con mi moleskine y un bonito catálogo diseñado en Helvética. Haciéndome el listo. Perdiendo el tiempo. Todos deberíamos aprender a mirar el lienzo y sólo el lienzo.

8) Muerte: “Cuando sueño con la vida en el cielo, después de la muerte, la acción siempre tiene lugar en el Ritz de París. Es una hermosa noche de verano. Me termino un par de martinis en el bar, del lado de Cambon. Después de unos cuantos brandies, me subo a mi habitación y me meto en una de esas enormes camas del Ritz”

No es mala idea, Ernest. No es mala idea.

Hemingway, "dejad que los bichinos se acerquen a mí"