La Habana era una fiesta...

LA  HABANA .- Finca Vigía, la casa que el escritor Ernest Hemingway habitó por más de veinte años y está desde hace un tiempo abierta de nuevo al público tras una minuciosa restauración, fue edificada sobre una pequeña elevación desde la que en un día límpido, como abundan aquí, puede verse la ciudad de La Habana.

 

 

Hemingway llegó por primera vez a Cuba en abril de 1928. Lo acompañaba Paulina Pfeiffer, su segunda mujer (el escritor se casó cuatro veces), ex editora de modas de la revista Vogue - sobrina de un magnate de cosméticos-, que dos meses después lo haría padre por segunda vez. Venían de Francia, a bordo del vapor inglés Orita, y el escritor, que tenía sólo 28 años, estaba aún lejos de ser famoso. Esa estada de dos días no dejó ninguna huella escrita. Lo haría años después, en 1956, cuando llevaba viviendo en La Habana más de una década y media. Como muchos otros países, Cuba recordó, el 2 de julio pasado, los 50 años de la muerte del escritor. Y lo ha hecho de manera especial, con 50 cañonazos, entre otros actos, por cuanto, como es sabido, para el autor de Por quién doblan las campanas este país fue una de sus "patrias". Esta novela, la primera que escribió aquí, publicada hacia el final de 1940, tuvo un enorme éxito comercial.
Visitar la casa de un artista, en especial de un escritor, es siempre algo fascinante para quienes amamos los libros. Hemingway conoce Finca Vigía -ubicada en el pueblo de San Francisco de Paula, a quince kilómetros de la capital cubana- en 1939, cuando se la alquila a Roger Joseph D'Orn Duchamp de Chastaingne, su antiguo dueño francés. Al año siguiente, la compra y se establece oficialmente en Cuba. Contrariamente a lo que sucede con otras casas convertidas en museos, en ningún momento el visitante podrá entrar en los espaciosos cuartos de Finca Vigía. Todo deberá mirarse desde afuera, a través de las numerosas puertas y ventanas que comunican con el exterior. Se calcula que la casa guarda 22.000 objetos personales y documentos. Sin embargo, no da ninguna sensación de agobio, debido seguramente al orden y a la amplitud de las habitaciones. La sala mide más de 13 metros de largo y unos 5 metros de ancho. La sobriedad y las líneas sencillas del mobiliario transmiten una sensación de bienestar y buen gusto. Gertrude Stein, que solía ser bastante malévola en sus comentarios, dijo alguna vez que Hemingway tenía un maravilloso olfato para encontrar buenas casas en las que vivir y buenos lugares en donde comer. Ambos aparecen magníficamente retratados en Medianoche en París , la última película de Woody Allen. A la Stein no le faltaba razón.
A propósito de lugares para comer, en el comedor de Finca Vigía la mesa está permanentemente puesta como si, en cualquier momento, fueran a entrar los dueños de casa y sus invitados. Hemingway tenía gustos sencillos, pero no toscos. Podía incluso ser refinado si lo exigía la importancia del invitado o la ocasión. La mesa muestra la vajilla que usaba habitualmente el matrimonio y los cubiertos de plata.

Mary, su cuarta y última esposa, ponía el toque romántico: dos fanales de cristal con velas. Aún hoy adornan la mesa. El señor "Güey", como lo llamaba la sencilla gente del pueblo, protestaba: "Un día me voy a comer un cucaracho", decía en su pintoresco español. Por las "yudas" (así decía Hemingway en lugar de dudas), reclamaba más luz. Cuentan que, si había invitados, uno de los numerosos empleados de la casa (llegó a tener entre 9 y 12 personas de servicio) servía la mesa con filipina -especie de chaqueta sin solapas- y guantes blancos.
Una mención destacada merece la biblioteca, cercana a los nueve mil volúmenes, con los temas y los autores más diversos. Sin contar los numerosos documentos, recortes periodísticos y revistas internacionales, especialmente en inglés y francés. Hay bibliotecas en todas las habitaciones, incluido el cuarto de baño, donde se conservan, cubiertas por un cristal, las anotaciones manuscritas que Hemingway hacía de su peso, una costumbre que se hizo casi manía al final de su vida. En una esquina, se ve la antigua balanza de hierro.

Esa colección de libros (entre ellos los volúmenes sobre tauromaquia, una de sus pasiones, escritos por el español José María de Cossío) se convierte en lo más importante del museo. Lamentablemente, no sucede lo mismo con la valiosa colección de cuadros que tenía el escritor. Tiempo después de su suicidio, el 2 de julio de 1961, su viuda le entrega al gobierno cubano la propiedad de Finca Vigía. Fidel Castro la autorizó a llevarse a los Estados Unidos la mayor parte de los cuadros, entre ellos La granja , valiosa obra de Joan Miró.

 

En 1947, Mary hizo construir la Torre, pegada a la casa, que hoy forma parte del museo. Tiene una planta baja y tres pisos, con un cuarto acondicionado para que el escritor trabajara. Hemingway nunca lo utilizó. Prefería escribir en contacto con los ruidos cotidianos, a veces en el ruidoso Floridita. En La consagración de la primavera , del cubano Alejo Carpentier, hay una descripción memorable de Hemingway en ese bar cercano al Hotel Ambos Mundos, en el que puede visitarse aún hoy el cuarto que ocupó el novelista norteamericano.

Un comentario aparte merece el tema de los gatos. Hemingway los amaba y llegó a tener más de cincuenta, siempre con un nombre que tuviera una letra "s". Aseguran que aún hoy sus descendientes andan por el enorme parque. Es sorprendente que un hombre que amaba los deportes más peligrosos y crueles, como la corrida de toros, las riñas de gallos, los safaris, el boxeo (y las mujeres), fuera compasivo no sólo con la gente sencilla y pobre, a la que siempre ayudaba, sino con los gatos y perros. Cierta vez Hemingway tuvo que matar a un gato peligroso que había herido de muerte a su gata preferida. Lo mató de un escopetazo y luego se echó a llorar desconsoladamente. Una mujer que trabajaba en la casa se asombró de que ese hombrón, que había peleado en la guerra, llorara como un chico: "Allá era la guerra. Aquí es la paz", dijo él. La mujer no pareció entenderlo