Hemingway en el ruedo
Muerte en tres actos, reúne las tres novelas del escritor sobre la Fiesta Nacional
Fue, de repente, el último verano del escritor que amaba el béisbol, el boxeo, las cacerías africanas y, sobre todo, los toros. El 30 de mayo de 1959 Hemingway trasegaba vasos de vino en la plaza de Aranjuez mientras admiraba la faena de su amigo Antonio Ordóñez. El torero sufre una cornada leve y es sacado de la plaza portando en la mano derecha el rabo y las orejas del toro. El escritor apremia a Aaron E. Hotchner, su fotógrafo con funciones de secretario, para que vayan a la enfermería a asistir al diestro. Luego, Hemingway le acompañará en su convalecencia en la finca malagueña de Bill Davis. Allí, entre hamacas, tragos, tiros al blanco y piscina, Hemingway celebra sesenta años y abre los regalos, jaleado por su médico, su mujer, Mary; Antonio y Carmen Ordóñez. No falta la escena peligrosa que tanto agrada al cazador de instantes. En una foto de aquel día, Hemingway apunta con el rifle sobre el cigarrillo que Ordóñez sostiene sobre los labios.
Hemingway, en una corrida de toros
Tras ese paréntesis siguen las corridas y el escritor contemplará otra cogida, esta vez de Luis Miguel Dominguín, en Bilbao... Tomará nota con estilo periodístico. Escribe un artículo largo para la revista Life, sobre la rivalidad entre Ordóñez y Dominguín. Será el último, «El verano peligroso», poco antes de que el hombre de acción penetre en el túnel oscuro de la depresión y el electroshock. Hasta que en el invierno de 1961 se pegue un tiro con su mejor fusil africano.
«Fiesta» (1926), «Muerte en la tarde» (1932) y «El verano peligroso» (publicada póstumamente en 1985) —las tres novelas que Debolsillo reúne en el pack «Muerte en tres actos»— ilustran la relación de Hemingway con el último ritual trágico de Occidente. Su planteamiento, nudo y desenlace. Una relación antigua que comienza en los años veinte, cuando en el París que era una fiesta Gertrude Stein le habló al veinteañero escritor de la «lost generation» sobre el arte de Joselito y Belmonte.
Julio de 1925, vísperas de San Fermín. Hemingway envía una carta a su admirado Scott Fitzgerald. El paraíso, afirma, «sería una plaza de toros en la que yo tuviera siempre reservados dos asientos de barrera...» El entonces reportero del Toronto Starpergeña la novela taurina, «Fiesta» y se autoproclama «campeón» de la prosa. Disimula su vocación artística con la pose del reportero de guerra, deportista y cazador, pero ahorra dinero para comprar un cuadro de Miró y venera el toreo: «Un torero no puede comprobar nunca la obra de arte que realiza. No tiene ocasión de corregirla como puede hacer un pintor o un novelista. Tampoco puede oírla como hace un compositor. Tan sólo puede sentirla y escuchar las reacciones del público».
Mil quinientas corridas
En 1926, el año en que muere Rodolfo Valentino, Hemingway triunfa con la sangre y la arena. Da a la imprenta dos de sus mejores cuentos —«Cincuenta grandes» y «Los asesinos»— y «Fiesta», cuyo título original es «The sun also rises» («El sol también se pone»). Como subraya Juan Villoro en el prólogo, Hemingway «describe las corridas con el pulso del corresponsal de guerra que transmite una realidad inaudita». Y, frente a quienes pretendan reducirlo a la borrachera y el «tipical spanish», el autor mexicano advierte que la Fiesta es para Hemingway «algo más que un arrebato de exotismo; brinda un necesario contraste a la generación que perdió su destino entre la bombas y buscó en vano recuperarlo en las noches de París».
En 1931, Hemingway cumple mil quinientas corridas como espectador y es hora de anudar las suertes del toreo en una novela de referencia. La tauromaquia de Goya inspira «Muerte en la tarde». Había escrito en «Fiesta»: «Afición, en términos taurinos, significa pasión, Un aficionado es alguien que siente pasión por los toros». Había recorrido el mundo y vivía el mundo como albero. «No resulta arriesgado afirmar que Hemingway nació en Estados Unidos pero vivió para España», apunta Rodrigo Fresán. En sus primeros años taurinos «aprendió a modelar, a partir de la figura extrema de los toreros, el perfil de sus héroes pragmáticos y solitarios siempre jugándose todo en la arena de la vida».
El Hemingway que afronta «El verano peligroso», treinta años después de «Fiesta», camina hacia el desenlace. Le sobra el dinero y le falla la salud. Volverá a Estados Unidos con un texto que multiplica por diez la extensión requerida por Life. Un texto tan largo y redundante como el informe médico del St. Mary’s Hospital: diabetes, hipertrofia de hígado, hemocromatosis, hipertensión, problemas de vista (córnea seca), depresión de caballo, pérdida de memoria... Demasiados achaques para seguir viviendo peligrosamente. El hombre que amaba la Fiesta prefirió morir a su manera. «Después que se ha conseguido tener un gran torero, se lo puede perder por enfermedad, mucho más fácilmente que por muerte violenta...» Lo dejó escrito en «Muerte en la tarde».
Día 30/05/2011